Los entomólogos tenemos un problema de comunicación en ambos sentidos, tanto al hacer divulgación, como cuando recibimos consultas desde la ciudadanía. Al carecer de nombres comunes para muchos insectos, no es fácil ponernos de acuerdo acerca de quién estamos hablando realmente. Los nombres comunes tienen una utilidad práctica y el cuerpo de conocimientos que denominamos sabiduría popular es extensísimo, pero a  veces, es bastante inconcreto. Así, nos encontramos a menudo con que el término «mosquito» es usado para designar cualquier insecto pequeño y oscuro, especialmente si resulta ser picador.

 

No todo lo que nos pica es un mosquito

En el mundo académico, por su lado, la Taxonomía, la ciencia que se encarga de clasificar los organismos vivos, ordena los insectos bajo un sistema de nombres complejo, jerarquizado y basado en el latín, que lo hace todavía más incomprensible. Aquí, un mosquito pertenecerá al Phylum Arthropoda, Clase Insecta, Subclase Pterygota, Orden Diptera, Suborden Nematocera, Infraorden Culicomorpha, y Familia Culicidae. Finalmente, su denominación única será un apellido (que va delante) y un nombre de pila: algo así como Aedes geniculatus. Esto, obviamente, no es muy manejable para los usos comunes.

Sin embargo, cuando una especie tiene una gran relevancia social sí recibe un nombre común. Éste sería el caso del mosquito tigre, que se llama así en la mayoría de los idiomas del planeta. Otros mosquitos no han tenido esa suerte, como el Aedes aegypti, que es llamado «mosquito de la fiebre amarilla» en una solución de compromiso no muy usada por la ciudadanía, ni aceptada por la RAE. En estos casos, la solución más aceptada suele ser transliterar o usar directamente el nombre de especie en latín («el aegypti»).

A nivel de diferenciar grupos es imprescindible mantener algún tipo de concreción. Y el problema es que hay varios grupos de insectos metidos en el mismo saco. Su variedad morfológica está ligada a la evolución y a sus relaciones de parentesco. Estas variaciones implican diferentes modos de vida, distintos lugares de cría, diferentes niveles de agresividad sobre nosotros, y variación en los métodos para combatirlos. Si el tamaño de esos bichos fuese suficiente como para verlos sin la ayuda de una lupa, entenderíamos la enorme variedad de formas que existe en ese mundo, al igual que sucede entre los grandes animales.

Nadie confundiría a un perro con un gato, ni a ninguno de ellos con una foca ¿verdad? Algunos grandes rasgos comunes agrupan a estos animales dentro de la Orden de los Carnívoros, el cual se inscribe a su vez en la Clase de los Mamíferos. Pero son tremendamente distintos entre sí, perteneciendo a las familias de los cánidos, félidos y fócidos, respectivamente.

Estas mismas diferencias existen entre las familias de pequeños insectos picadores, sólo que no las percibimos porque no nos resultan visibles por su pequeño tamaño. Vamos a intentar aclarar un poco a quién es quién entre los insectos picadores.

Para empezar, podemos descartar piojos, pulgas, chinches o garrapatas, que son picadores pero no voladores, y pertenecen a grupos muy diversos entre sí. Digamos que la mayoría de los insectos picadores que vuelan pertenecen al orden de los Dípteros, que agrupa a los insectos que sólo tienen dos alas, a diferencia del resto, que tienen cuatro. Necesitamos básicamente distinguir 4 familias: los Culícidos, los Psicódidos, los Simúlidos y los Ceratopogónidos.

Los mosquitos son culícidos

Los culícidos son los únicos que se pueden llamar mosquitos en sentido estricto, según el diccionario de la RAE. A veces se utiliza de forma local los términos «cínife» (del griego antiguo knipós, insecto picador) o «zancudo», especialmente en América latina. Sus larvas son acuáticas pero necesitan aguas estancadas porque respiran oxígeno atmosférico. Los culícidos son transmisores de enfermedades humanas graves, como paludismo, dengue, Zika, chikungunya o fiebre amarilla.

Los flebótomos son psicódidos

Los psicódidos incluyen los flebotomos, que son los transmisores de la leishmaniosis a los perros y -esporádicamente en nuestras latitudes- también a los humanos. Se les suele denominar así por castellanización del nombre latín del género más importante (Phlebotomus, que de hecho significa «cortador de venas»), pero esta vulgarización no está aceptado por la RAE. Sin embargo el capitán Haddok en las aventurás de Tintín sí que utiliza flebótoma entre sus múltiples expresiones. En inglés se las conoce como Sandflies, o «Moscas de la arena». Son bastante más pequeños que los mosquitos, peludos, y difíciles de ver por su vuelo rápido y saltarín. Pican muy rápido y a menudo de forma múltiple, en secuencia lineal sobre la piel. Sus larvas se desarrollan en suelos húmedos y ricos, así como en los excrementos de los animales. Demasiadas veces hemos oído hablar del «mosquito de la Leishmaniasis» lo que es un error grave: un culícido es incapaz de transmitir esa enfermedad, del mismo modo que los flebotomos no pueden transportar el dengue.

Las moscas negras son simúlidos

Los simúlidos son llamados moscas negras, en traducción del nombre inglés Blackflies. También son pequeños, y son rechonchos, oscuros y resistentes porque están blindados de quitina. Su picadura puede ser dolorosa, pues su saliva contiene potentes alérgenos que provocan reacciones dérmicas importantes. Sus larvas se crían en los ríos y otros cursos de agua, fijadas en el fondo; pero en este caso, a diferencia de los mosquitos, el agua tiene que estar, imperativamente, en movimiento. Los simúlidos son excelentes voladores y pueden afectar zonas urbanas muy alejadas de sus puntos de cría. Son transmisores de la ceguera de los ríos en África, pero no de leishmaniasis ni dengue, claro.

Los jejenes son ceratopogónidos

Finalmente, en América latina se llaman jejenes a los ceratopogónidos (de la palabra arahuaca Xixén). En este caso es un nombre reconocido por la RAE, que los describe con precisión y los diferencia expresamente de los mosquitos. Son más pequeños que ellos, muy moteados y pueden atacar en enjambres invasivos y muy molestos. Tienen un claro interés agropecuario, ya que son los transmisores de la peste equina africana y de la lengua azul de las ovejas, entre otros. Sus larvas las encontramos en los fangos de las granjas y sus abrevaderos.

Aquí tenéis unas imágenes ampliadas para que podáis daros cuenta de las diferencias morfológicas entre estos grupos, que como veis, tienen modos de vida muy distintos, desarrollan las larvas en lugares diferentes y pueden (o no) transmitir enfermedades específicas. Arriba a la izquierda un culícedo o mosquito (Aedes aegypti); arriba a la derecha un psicódido o flebótomo (Phlebotomus papatasi), abajo a la izquierda un simúlido o mosca negra, y abajo a la derecha un ceratopogónido o jejenes.

 

Como veis, para los profesionales es muy importante hacer la distinción, porque al igual que cualquier otro profesional, antes de aplicar una solución necesitamos una diagnosis correcta. Normalmente, la mejor forma de controlar las plagas es ir a la raíz del problema, es decir, eliminar las larvas. Y para estos cuatro grupos, deberíamos irlas a buscar a lugares y ambientes distintos. A los culícidos en charcos de aguas estancadas, a los flebotomos bajo el césped del jardín, a los simúlidos en un río caudaloso y a los ceraptogónidos en fangos cercanos al abrevadero.

Porque al igual que no es oro todo lo que reluce, ni nuestro gato es un perro… no todo lo que vuela y pica es mosquito.