Borneo, una isla compartida por las administraciones de Indonesia, Malasia y Brunéi, tiene algunos de los bosques tropicales más antiguos del mundo. Muchos de ellos están siendo talados y reemplazados por plantaciones de palma aceitera a un ritmo vertiginoso. Se sustituyen bosques de gran biodiversidad por tierras de monocultivos. Ecosistemas complejos por ecosistemas simplificados y degradados.

La destrucción de estos bosques supone numerosos problemas ambientales, desde la extinción de poblaciones de plantas y animales, a la rápida liberación de carbono almacenado que contribuye al calentamiento global. Pero hay otro efecto de la deforestación del que se suele hablar poco y que es muy preocupante para la salud humana: la propagación de nuevas enfermedades y el aumento de otras conocidas como la malaria o el dengue.

Cuando en 2002 estalló un brote de malaria en el Borneo malayo, los científicos se sorprendieron al observar que el culpable no era Plasmodium malariae. Este es el principal parásito transmitido por mosquitos que solía infectar a los habitantes de la región, pero los análisis de ADN de los infectados en el brote de 2002 demostraron que se trataba de Plasmodium knowlesi. El parásito suele infectar y proliferar en macacos que habitan los bosques del Sudeste asiático, y se conoce como “malaria de mono”.

La destrucción de los ecosistemas está relacionada con la aparición de enfermedades

Ocasionalmente se habían registrado casos de esta enfermedad en humanos, pero el brote de 2002 fue algo inusual, pero que tuvo continuación. Desde entonces, este parásito que antes afectaba principalmente a los macacos es la causa más común de malaria en Malasia. Un estudio reciente desarrollado durante cuatro años ha encontrado que la proporción de tierra deforestada predice la ocurrencia de la malaria de mono.

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Fig. 1. Virus y otros patógenos se encuentran en los animales salvajes (1), cuando las actividades humanas entran en contacto con la fauna salvaje, un patógeno puede saltar e infectar animales domésticos (2) y de ahí saltar a los humanos (3), o bien directamente de un animal salvaje a los humanos (1->3). Una vez que ha saltado a un humano puede empezar a transmitirse entre humanos (4) y la movilidad actual dispersar el patógeno a los distintos continentes (5). Fuente: Mosquito Alert (CC-BY-NC-2.0)

 

Los mecanismos detrás de esta asociación entre deforestación y malaria no están claros. Puede que la deforestación esté poniendo más en contacto a las poblaciones humanas con las de los macacos. Las personas se desplazan hacia las nuevas zonas abiertas de bosques y los macacos se ven obligados a vivir más cerca de los asentamientos humanos.

Es posible que la tala de los árboles altere las condiciones microclimáticas y genere nuevos hábitats que son aprovechados mejor por los mosquitos que suelen prosperar en los márgenes de las zonas forestales.

El 75% de las enfermedades emergentes tienen un origen animal

El brote de malaria de Borneo es un ejemplo de las diferentes enfermedades que emergen en regiones que están sufriendo una deforestación generalizada. Las evidencias acumuladas en las últimas décadas sugieren que cuanto más perturbamos un hábitat natural más probabilidades tenemos de que aparezcan nuevas enfermedades o se agraven las ya existentes.

Enfermedades que salen de los bosques

Los científicos están preocupados de que de la degradación de los bosques puedan surgir futuras enfermedades. El síndrome agudo respiratorio severo (SARS), el Ébola o la COVID-19, todas ellas han emergido a partir de animales salvajes (Fig. 1).

Los mosquitos no son los únicos animales que transmiten patógenos desde la naturaleza a las poblaciones humanas. Murciélagos, primates, e incluso caracoles, pueden tener enfermedades que en un momento dado pueden saltar a los humanos. La dinámica de transmisión puede cambiar en cuanto alteramos sus hábitats naturales.

A lo largo de la historia, muchos patógenos han surgido de los bosques con gran diversidad. El Zika, como enfermedad para los humanos, tuvo su origen en los bosques de Uganda en la década de 1940. Hace pocos años, diferentes países sudamericanos sufrieron una gran epidemia de Zika. El dengue, la Chikungunya, la fiebre amarilla o el virus del Nilo Occidental también aparecieron en los bosques de África antes de expandirse y establecerse en otros continentes.

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Fig. 2. La perturbación de los ambientes forestales rompe las barreras entre las enfermedades de los animales salvajes y las poblaciones humanas. Fuente: Mosquito Alert (CC-BY-NC-2.0)

Una salud compartida con los ecosistemas

Durante mucho tiempo la tendencia era considerar que los bosques tropicales con gran diversidad constituían una amenaza para la salud humana. Se entendía que, en su interior, la gran riqueza de especies salvajes albergaba un sinfín de virus y patógenos que tarde o temprano darían lugar a nuevas enfermedades como había pasado con la fiebre amarilla, el dengue, el VIH o el Ébola.

Hoy la visión es distinta. Es la destrucción humana de la biodiversidad la que crea las condiciones para que los nuevos virus y las enfermedades emerjan (Fig. 2) La deforestación, la abertura de nuevas carreteras, la minería y la caza son actividades que están implicadas en el desencadenamiento de diferentes epidemias.

El 60% de las enfermedades infecciosas actuales tienen un origen animal

Con el incremento de nuestras actividades, llegamos a lugares prístinos, los alteramos y creamos entornos donde los virus y otros patógenos se pueden transmitir con mayor facilidad. Los humanos crean las condiciones para que las enfermedades se extiendan. Sus actividades reducen las barreras naturales que existen entre los animales que pueden tener un patógeno y las poblaciones humanas.

¿Cómo afecta la biodiversidad la transmisión de un patógeno?

Los resultados acumulados en los últimos años demuestran que la alta biodiversidad suele reducir la transmisión de patógenos, y disminuye con ello el riesgo de enfermedades, tanto para las poblaciones humanas como para el ganado y sus cultivos.

Estos efectos de la biodiversidad sobre la transmisión de patógenos se explican por varios motivos. El primero de ellos, porque la mayoría de patógenos parecen ser generalistas, es decir pueden infectar a un gran número de organismos distintos. Sin embargo, estos organismos suelen diferir en su susceptibilidad a la infección por parte del patógeno y, más importante, en su potencial para transmitir la infección a otros individuos u organismos.

En tercer lugar, en muchos casos, los organismos con mayor probabilidad de adquirir y transmitir infecciones (que en epidemiología se conocen como hospedadores reservorios) son especies abundantes, generalizadas y resistentes a las perturbaciones de los ecosistemas generadas por las actividades humanas. En consecuencia, estos organismos tienden a persistir cuando se reduce la diversidad. Ante la destrucción de un ecosistema diverso, aumenta la cantidad de individuos de estos organismos que son grandes transmisores del patógeno respecto al resto de especies que son más sensibles a la destrucción del hábitat.

En consecuencia, las especies que viven en comunidades ecológicas con una gran diversidad suelen a diluir el efecto de los hospedadores reservorios. El patógeno puede saltar a otras especies que apenas son infectadas o que no son capaces de transmitirlo, actuando como un tampón. Es lo que se conoce como el “efecto de dilución” de la biodiversidad (Fig. 3).

Fig. 3. Curva del riesgo de que aparezca una enfermedad de origen animal en función de la conservación de la naturaleza y la diversidad de especies. El riesgo aumenta en las zonas limítrofes donde la naturaleza es perturbada por la actividad humana y se reduce la biodiversidad. Fuente: Mosquito Alert (CC-BY-NC-2.0)

 

Al contrario, los sistemas ecológicos simplificados tienen un efecto de amplificación. En los ambientes alterados, las especies que sobreviven suelen ser las que transmiten más las enfermedades.

Es cierto que los ecosistemas naturales entrañan amenazas, pero son las actividades humanas las que aumentan el riesgo y peligro de que emerja una enfermedad. Se necesita más conocimiento sobre cómo gestionar los ecosistemas para mitigar la aparición de enfermedades y brotes como el de Borneo. Hoy las enfermedades pueden viajar más lejos y más rápido, como hemos visto con la COVID-19, así que hay una mayor necesidad de conocimiento para desarrollar planes de mitigación ante diferentes escenarios.

 


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